El Reino de Rohan
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 Ojos de Mariposa IV

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Meren

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MensajeTema: Ojos de Mariposa IV   Ojos de Mariposa IV Icon_minitimeLun Jun 29, 2009 12:40 am

Escuché un golpe en la ventana y antes que me diera cuenta, él estaba dentro. Enojada levanté la cabeza de la almohada.
- ¿Qué haces aquí? Pareces un... un... ¡vulgar ladrón! –exclamé, levantándome como una bala.
- Ladrón, no…pero sí me siento vulgar.
Asombrada, vi cómo agachaba la cabeza. ¿Culpable, se siente culpable?
- ¡Vete, vete de aquí! ¡No te quiero ver! –siseé. La voz se quebró y los ojos se volvieron a inundar de lágrimas, aunque pude entrever cómo se hincaba de rodillas.
- ¿Puedo, al menos, explicarme?
- Adelante.
Me senté en la cama, intentando controlar mis sentimientos. No debía dejar que vieran mi debilidad, pero necesitaba escuchar sus explicaciones.
- Milady... ¿ha querido alguna vez cambiar su sangre? –empezó.
- ¿Cómo dices? –dije, confusa. ¿Ahora de qué me hablas?
- Yo sí... desearía cambiar la sangre que corre por mis venas por vuestros besos, y así poder vivir sólo de ellos... –se interrumpió.
Sonreí. Siempre igual. Entonces empezó a vomitar rojo. Me asusté y mareé, empezando en mí las arcadas. No soporto la sangre. Recuperé la sangre fría y cuando parecía que las arcadas remitían lo tumbé en la cama y corrí abajo, en busca de ayuda.
Demasiado rápido todo para que las cosas salieran bien.
A la altura de las escaleras uno de mis pies se torció. Escuché un crack antes de dar con la cabeza en el borde de otro escalón.
Desapareció el pasillo y la puerta al final. Dejé de ver. No era negro, ni blanco, ni ningún otro color. No pude explicarlo, porque aquello no inventado no se puede describir. Intenté respirar, pero mi pecho no se movía, tampoco por los latidos del corazón. ¿Qué pasa?
Sin prestarle atención me levanté y fui hacia Kai, la primera persona que vi.
- ¡Kai, hermana! ¡Ven rápido! ¡Le pasa algo a Algnor! –le dije, cogiéndola de los hombros, pero pareció asustarse y no oírme. Extrañada lo repetí, más alto-. ¡Kai, Kai! ¡A Algnor...!
Se sacudió los hombros y traspasó mi cuerpo. Sentí como si me hubiera caído un jarro de agua fría por encima. No entendí, y ladeé la cabeza.
Como si este acto hubiera activado mis neuronas, entendí. ¿Estaba muerta...? ¡Estaba muerta!
Volví hacia mi cuerpo. Allí estaba tumbada en el suelo, con un hilillo de sangre saliendo de la cabeza.
- Mierda, ¿y ahora cómo coño arreglo esto? –mascullé de mala gana.
Intenté tocarme, pero lo que ahora era yo, se mantenía etéreo, por lo que traspasaba hasta mi propia materia. No podía morir ahora que él había llegado a mí otra vez. Yo también sentía el deseo de reemplazar la sangre por besos, por sus besos.
Una idea algo descabellada paseó unos instantes por mi cabeza. Podía resultar, pero tendría que actuar rápido, antes que enterraran mi cuerpo.
Suspiré y subí las escaleras hasta mi habitación, donde descansaba Algnor. Me arrodillé a su lado e intenté tocarlo, acariciar sus mejilla pálidas, besar esos suculentos labios, pero todo intento fue inútil, porque le traspasaba, al igual que había pasado abajo con Kai. Derramé una lágrima que cayó en sus labios.
- Volveré... porque te amo, Algnor. He de probar el sabor de tus besos y he de pedirte perdón por mi horroroso comportamiento. Espérame sano y te compensaré... lo juro.
Volví a incorporarme y resignada chasqueé los dedos. Al instante estaba en un lugar de semioscuridad, cavernoso, con las paredes cubiertas de tapices, ya que parecía un cuarto donde había aparecido, y rodeada de cuerpos desnudos produciéndose placer. Debía haber más de dos docenas de mujeres en el suelo, gimiendo en la orgía más espectacular que jamás hubiera visto, pero ni siquiera me sorprendió.
Concentrada, la busqué entre sus concubinas. Fue fácil dar con ella, cubierta de lujosas joyas de oro blanco y ónice y con su cabellera blanca e imponente, su cuerpo más pálido y reluciente que el resto. Sin duda era ella.
Me acerqué hacia ella traspasando cuerpos derretidos en pervertidos movimientos, y ella notó mi presencia antes de tocarla siquiera.
- Shi leeta, Sha.
- Merenwel... –sonrió y se puso rígida.
Desembarazándose de tres mujeres que la tocaban y besaban, se levantó y pisoteando sin consideración a las demás salió por una puerta oculta. La seguí hasta otro cuarto contiguo, donde se puso una bata larga, dorada, opaca, que contrastaba con su piel reluciente.
- ¿Qué te trae por aquí? ¿Al fin aceptas unirte a mí, pequeño y dulce angelito? Muéstrate, déjame contemplarte una vez más... –sus ojos relucieron, sonrió con picardía mientras se mordía el labio inferior.
- No puedo acceder a tu petición, puesto que acabo de perder el cuerpo –intenté parecer firme, pero al instante comprendí que así no la convencería, por lo que opté por acercarme por detrás a su oreja, siempre controlando no tocarla-. Tuve una visión donde me encontraba contigo y la necesidad de acariciar tu piel siempre suave me insto a venir, pero tuve un accidente y morí. Si pudieras ayudarme... en el pasado fui muy necia, debí haberme unido a ti hace tiempo.
- Pequeña pícara, no te creo. ¿Quién me asegura que una vez recuperes tu esbelto cuerpecito no me volverás a dejar tirada?
No esperaba tal pregunta, y vacilé un instante, pero pronto encontré la respuesta que deseaba recibir. Al fin y al cabo, todo era un juego para ella, y yo debía respetarlo.
- Ponle un collar de anulación al cuerpo cuando lo veas. En el momento que devuelvas la vida me casaré contigo.
- ¿Lo... lo dices en serio?
- ¿No es lo que deseas? –noté su turbación y sonreí, lo había conseguido. Antes de que dijera nada ya le estaba explicando la situación exacta de la posada, para que pudiera ir a recoger el cuerpo.
- Padre estaba preocupado por ti. Fuiste la deshonra de la familia por mucho tiempo, hasta que los asesiné por mancillar tu nombre. Te echaba de menos. Me torturaba no poder tenerte entre mis brazos, que hubieras desaparecido y no hubiera podido hacerte mía ni una sola vez.
- Tendremos tiempo para todo eso cuando vuelva a ser yo.
La odiaba intensamente. Supliqué que el plan funcionara, o me vería cumpliendo los deseos sexuales de la reina de la ciudad de los placeres, Bulika, donde nací. Este era el lugar donde se concentraban todos los pecados capitales en masa, el lugar donde llegaban los demonios del mundo terrenal a perpetrar su vida en la máxima decadencia. Sin recuerdos, sin memoria, nacían de nuevo cada anochecer para consumirse a sí mismos.
Se marchó con un chasquido de los dedos, tan fuerte que el eco estuvo sonando mucho después que ella desapareciera. Me asomé a la puerta por la que había venido, la orgía había ido apagándose sin su promotora, y ahora sólo yacían durmiendo todas esas chicas... niñas, eran niñas de no más de trece años. Decandente.
Yo nací aquí en función de Guardiana. Sólo las mujeres tenemos el control de la ciudad maldita, los hombres sólo sirven para engendrar hijas poderosas o hijos para seguir engendrando. El resto, la gran multitud del lugar, estaba constituída por los pecadores muertos, que deben obedecernos.
Alejé la vista de tal espectáculo y me acerqué a una ventana, para contemplar los recuerdos que emanaban de todas partes. De la Puerta los muertos seguían saliendo, sin parar, poblando las calles infinitas del lugar, por donde me escapé para no volver... juré que jamás, pero aquí volvia a estar, temblando, esperando que todo saliera como debía o esa Decadencia llegaría a mí.
¿Qué debía hacer una vez recuperara el cuerpo? No había plan B... ni siquiera contaba con un plan A.
Apareció de nuevo, conmigo en sus brazos. Reconocí su maldad en esos ojos violetas y supe que todo saldría mal. Alrededor del cuello estaba el collar, que me tornaría indefensa una vez renaciera. Algnor... amado Algnor... ¿Te habrán encontrado, en la cama? ¿Estarás mejor? Ayúdame a salir de aquí o tendré que cometer atrocidades para estar a tu lado.
- Preciosa perla, aquí te traigo. Jamás imaginé que el mundo exterior pudiera sentarte tan bien, casi confundo tu cuerpo inerte por el de una Diosa de allá arriba y te dejo ahí.
- Reina amada, reserva tus palabras melosas para la noche en que pueda entregarme a ti.
- Después de tantos años esperando, no dudes que será esta noche. No veo el momento para saciarme con tu piel –dijo, devorando mi cuerpo con sus ojos-. Mandaré a mis concubinas a que arreglen tu cuerpo para la ocasión, aunque parece que tus amigos ya lo hicieron... para mandarte a la tumba.
Sus carcajadas, su voz, toda ella se quedó grabada en mi retina como una imagen insistente, y supe que por mucho tiempo sería así. El pasado resurgía veloz, con alas tan negras como el alma de todas las personas que aquí vivían. Corrupción, saciedad.
Me tumbó en su cama y salió andando, dejando un rastro a almizcle. Me acerqué a mi cuerpo, al que habían peinado y cambiado de vestido, por uno burdeos con un corpiño ajustado, de terciopelo, y una falda lisa con bordados de caballos y banderas rohirrim en la parte inferior.
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MensajeTema: Re: Ojos de Mariposa IV   Ojos de Mariposa IV Icon_minitimeLun Jun 29, 2009 12:40 am

Como había dicho, pronto entraron las concubinas y llevaron mi cuerpo al baño, donde habían preparado una pequeña piscina de sangre de bebé, como en los rituales de purificación. Metieron el ente muerto, lavándolo con manos de miel, acariciándolo como si pudieran proporcionarle algún tipo de placer y secándolo a continuación con piel de las vírgenes sacrificadas. Tras esto me vistieron con un seductor vestido negro, con motivos de muerte y un gran escote, y decoraron el resto de mi piel desnuda con centenares de alhajas y la tatuaron con seres retorciéndose que acababan en la yema de los dedos y el cuello. Era horrendo, me sentí fuera de lugar. ¿Cómo borraría luego estas marcas?
Transportaron por último el cuerpo a un altar junto a la Puerta, y lo dejaron allí. La gente empezaba a congregarse alrededor, pero sin acercarse, intuyendo quién era... o mejor dicho, en qué me iba a convertir. Las seguí y me senté al lado de mi cuerpo, decidida a dar el todo por el nada. Debía destruir el collar y huir antes que alguien pudiera detenerla. Bueno, como mínimo tenía un plan.
El momento de la ceremonia llegó mientras alrededor de la escena se congregaba una multitud asombrosa que esperaba la celebración, para seguir haciendo lo único que sabía: pecar. Formando un círculo alrededor del altar había dieciocho mujeres altas cogidas de las manos, completamente desnudas. Eran sacerdotisas y nosotras sus diosas, a las que tenían que sacrificar sus vidas. Por la prosperidad.
Apareció de repente. Ella, Sha, vestida de forma ruda, con cadenas y el pelo blanco suelto, salvaje. En sus manos ambas dagas del poder, en su diestra la que drena almas y en su siniestra la que las arrebata. Una de ella, la dadora, me había pertenecido hacía muchos, demasiados años, pero la desprecié para empezar una vida fuera de Bulika. Con ella me haría revivir.
El espectáculo empezó, una bailarinas en la parte exterior del círculo mostraban sus ombligos y danzaban insinuantes, haciendo mover unos cascabeles colocados alrededor de sus tobillos, creando una música espectacular y macabra. Las palabras sobraban, todos estaban pendientes a la imponente figura de Sha, frente al pedestal. Levantó la derecha y murmuró unas palabras, con los ojos muy cerrados. Para llevar a cabo su cometido se necesitaba una contrentración casi inhumana, llegar al trance. La daga debía permitirte empuñarla, y era poderosa. Repetí mentalmente las palabras, uniendo mis susurros a los suyos, y como si pudiera escucharme empezó a relucir, y me atrajo hacia sí.
Me dejé llevar, notando cómo me desvanecía, teniéndole a él como único pensamiento fortalecedor. Su cuerpo esbelto, su mirada dulce, sus facciones bellas... él era bello, pero nunca se lo había dicho. Si salía de ésta, nadie podría impedirme amarle con todo mi corazón y mi ser, incluso con mi nueva apariencia tatuada.
La danza de las bailarinas multiplicó su velocidad, mientras la luz que desprendía la daga iba aumentado su intensidad, y en el momento de auge, de paranoia, de éxtasis, cuando la daga relucía tanto que parecía capaz de cegar a todos los presentes, pararon y Sha clavó el arma en mi cuello desprotegido de tatuajes. Me interné en el cascarón vacío, lo invadí... y aguanté la respiración unos segundos, en guardia.
Noté el peso de mi cuerpo mayor, como si fuera un lugar en el que ya no me perteneciera habitar. Había roto las leyes naturales y estaba ahí para romperlo todo con tal de volver su lado.
A una velocidad agujeteada por el tiempo que había estado el cuerpo sin sangre, cogí la mano que sostenía la daga clavada en el pecho y la mantuve firme allí. El tiempo redujo su marcha, los espectadores, sacerdotisas y bailarinas estaban inmóviles. A la vez que abría los ojos, agarré la otra, la daga mortífera, y desenvainándola le corté la garganta a mi futura esposa, antes de que consiguiera controlarme dando alguna orden al collar.
- Muere. Muere y descansa.
Nuestros ojos se encontraron mientras su sangre caía sobre mi cuerpo.
En esos momentos ambas dagas vibraban, brillaban tanto que nos perdimos en el foco de luz, pero entre tanto resplandor no habíamos perdido el contacto visual. Sus ojos violetas tenían un tinte amargo de traición que se fue apagando, siendo transportado hacia la daga, mientras que mis ojos marrones eran firmes, seguros, llenos de una resolución mortífera. Acabaría con toda la ciudad si me impedía el paso.
En cambio, los presentes ni se movían. El zumbido de las armas era tan fuerte que lo escuchaba perfectamente, bailando en mis oídos como un grito de muerte. Arranqué la daga de mi cuello. El cuerpo de Sha se derrumbó encima mio y nuestra sangre se confundió, mezcló... Su alma se internó en mí por la herida, invadiéndome un fuego ardiente que a la vez la curó, nos salvó de morir desagradas.
Grité fuerte, grité alto y agudo. Vivíamos las dos, vivíamos juntas tal cual era su deseo, encerradas en el mismo cuerpo. El dolor era tan fuerte y expansivo que creí partirme en dos. La rabia se acumulaba en cada fibra de mi piel por tener que llevar conmigo un trozo de corrupción, de mi ciudad natal. Volvería a la posada convertida en un ser mixto, el pasado volvia a tener valor en mi presente.
Exhausta, invadida por el odio fiero, me levanté del pedestal. En ambas manos tenía las causantes de tal desbarajuste de planes. Rápida di la vuelta al cadáver de Sha, le quité el cinturón con la funda de las dagas y me lo coloqué. Estaba asqueada su contacto, por lo que las guardé y al instante la luz desapareció, dejando el espectáculo a la vista.
Dándome cuenta de la desventaja que ello suponía, miré a todos lados y vi por primera vez la Puerta. El plan primero había fracasado, y lo acababa de reemplazar por otro menos suicida. Corrí sin fijarme en ninguno de los allí presentes, empujé a dos sacerdotisas a los lados y me interné en esa otra luz que me podía llevar una vez más arriba.
Me desmayé.
Agua. Abrí los ojos levemente mareada. No sabía qué me me mantenía a flote, pero era un hecho tal como estar viva y haber salido de Bulika.
Estaba dentro del lago, no muy lejos de una orilla. Con lentitud me acerqué hasta que los pies tocaron tierra y pude arrastrarme. Dentro de mi cabeza la voz de Sha susurraba, notaba su abatimiento, estaba herida y humillada. Traicionada. Poco a poco su voz fue aumentando la fuerza, hasta que el rumor se convirtió en palabras audibles. Recitaba hechizos de liberación, maleficios, cualquier cosa que le viniera a la mente. Pero nada daría efecto ahora que se encontraba encerrada dentro de mí, porque los barrotes de su jaula estaban creados a fuerza de voluntad. Si este era el pago por estar ahí, lo asumiría. Mantendría a la fiera encarcelada por el resto de la eternidad.
Exhausta y hambrienta me puse de pie y miré la silueta reflejada en el agua. Vestida de negro, cubierta de joyas y tatuajes, más pálida a causa del sufrimiento, el pelo muchísimo más largo... ojos violetas. Los rasgos se habían mezclado con los de ella, y eso asustaría a mis compañeros, pero tendrían que comprenderlo. Maldita fuera.
Silbé una vez, dos, y el suelo tembló al paso del Roble que se acercaba. Una vez lo tuve delante me desplomé de puro cansancio.
- A... la posada...
Me llevó hasta el lugar que le pedí, silencioso y a marcha suave y segura. Al llegar, me depositó en el suelo. Se acabó el descanso, llegaba la parte más difícil de explicar, sin duda la más dura. Adelanté un par de pasos y abrí la puerta con un prolongado suspiro. En la habitación había tres personas silenciosas, compungidas, que ni siquiera levantaron la vista ante el sonido chirriante de la puerta.
- Ejem...
Kaileena, mi hermana, levantó la vista y, petrificada, se llevó las manos a la boca ahogando una exclamación de asombro.
- Mer.. ¡Meren! ¡Eres tú!
- Antes de explicaciones... tengo hambre. He gastado mi último comodín.












(Escrito escuchando la banda sonora del Dralion)
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