El Reino de Rohan
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 Ojos de Mariposa II

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Meren

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MensajeTema: Ojos de Mariposa II   Ojos de Mariposa II Icon_minitimeLun Jun 29, 2009 12:35 am

Esa mañana me levanté turbada. Algo malo había pasado, lo sabía. Pero, ¿qué podía ser? ¿Otra escaramuza por parte de los orcos? No, imposible, ya no aventuraban por estas tierras. ¿Algún ser se había perdido y había matado alguna gallina? ¡Maldita sea, estos presentimientos tan fuertes no eran por un par de bichejos muertos! Pero... ¿entonces qué?
De un salto estaba en la puerta de mi cuarto. Por debajo de ésta podía verse un papel. ¿Qué sería? Lo abrí con dedos temblorosos. Era aquí, era esto un preludio de lo que sucedía hoy. Lo sabía.
Parecía una nota. Empecé a leerla con avaricia.
- No, no puede ser...
Salí corriendo hacia abajo, al comedor. Casi me caigo por las escaleras, pero nada me importaba. ¿Por qué? Allí estaban todos, ocupados en sus quehaceres matinales, excepto él. Busqué a Mac con la mirada, y en cuanto lo vi, lo enganché de los hombros y lo zarandeé.
- ¿Dónde está, viejo lobo? ¡Dime, maldita sea, dónde está! No se puede haber ido ya, no, no puede...
- Si habláis de Algnor, mi señora, esta mañana dejó una bolsita llena de dinero encima de la barra. Supongo que es el precio de la habitación. Creí que debía cogerlo, por si desaparecía... ya sabe a lo que me refiero.
- No me interesa el dinero, sólo quiero saber dónde está. ¿Te dijo algo? ¿Sabes algo?
- Pues... no lo vi desde ayer, y estabais vos también. Fui el primero en levantarme, si tiene intención de preguntar al resto -dijo, acercándose más y susurrando. Después sacó una bolsa de cuero de un bolsillo interior de su capa-. Aquí está el dinero.
Lo cogí instintivamente y salí dando un portazo afuera. Silbé, esperando ver al roble. Volví a silbar, dos, tres veces más. Nada, ni caso. Corriendo fui hasta la parte trasera de la casa, donde había unos establos.
- ¡Cosa, rápido, arriba! Debemos ser rápidos.
De entre la oscuridad apareció una pantera de un tamaño descomunal, casi como un caballo. En un salto estaba en su lomo y el animal en marcha, hacia el bosque.
- Estamos buscando el olor de un caballo, pequeña. Sé rápida y tendrás tu recompensa.
Sin demora nos internamos en el bosque, siguiendo un supuesto rastro. En el suelo pude medio vislumbrar por la velocidad las pisadas recientes de un animal. Íbamos por el buen camino...
En el fondo, en lo más profundo de mi interior desesperaba a cada instante un poco más. No volvería a verlo, escuchar su voz. Tampoco sus piropos, su mirada. Me froté los ojos, que empezaban a humedecerse. ¿Cómo había podido penetrar en mi corazón tan rápido? ¿Y cómo podría olvidarlo, ahora que se había ido?
Llegamos a un claro, donde las pisadas se mezclaban con otras muy diferentes. Cosa ralentizó su marcha hasta pararse, y yo me apeé. Eran pisadas de orco, y por la cantidad debían ser unos cuantos. Alarmada volví a subir a la pantera.
- ¡Sigue las huellas, puede estar en apuros!
Otra vez en marcha, justo antes de llegar al otro extremo del bosque, empezamos a ver ramas rotas y sangre. Uno, dos tres, cuatro... un total de nueve orcos muertos. Más allá(,) las marcas de sangre seguían, y las pisadas se hacían más irregulares, como si la persona estuviera desmontada y herida.
A estas alturas el corazón estaba a punto de salirse del pecho. ¡No era probable que hubiera salido de esta! Seguí caminando, más lentamente de lo que deseaba. Junto a las enormes raíces de un árbol estaba el caballo, también muerto, con las patas rotas y una herida abierta en pleno vientre que dejaba al descubierto sus entrañas.
Vomité, no pude evitarlo. ¡Era imposible que hubiera sobrevivido!
Corrí, siguiendo las huellas en la tierra húmeda y teñida de rojo. Por poco no llego hasta el final. Estaba allí, un cuerpo decapitado y apaleado. Junto a él, un enorme charco de sangre.
Me abalancé hacia él, llorando como una niña, asustada y con el pecho partido de dolor. ¡Lo habían matado! ¡Mi amor estaba muerto y no había podido salvarlo!
No sé cuánto tiempo pasó hasta que levanté los ojos, para descubrir que el sol estaba cayendo. Cosa se había tumbado a mi lado, con su cabeza encima de mi regazo y gimiendo lastimeramente. Miré por última vez aquel cuerpo deseado en un período de tiempo tan breve, sabiendo a la perfección que si caía la noche sobre mi cabeza no volvería a salir de aquel maldito bosque. Entonces, parpadeando, vi por primera vez el cadáver sobre el que había estado llorando.
¡No es Algnor! ¡No eran sus ropas ni tampoco su cuerpo!
Podría haber sonreído. De hecho, creo que mis labios intentaron figurar una, convirtiéndose en un gesto grotesco, macabro. Me sentí derrotada y con la cara ruborizada. Me subí de nuevo a Cosa.
- A casa, pequeña... Que no nos encuentre la noche.
Perdí la noción del tiempo, perdí el conocimiento y perdí un cachito de corazón de vuelta a la posada. Pero cuando llegué mi semblante volvía a ser risueño. ¿Cómo podía permitir que me vieran alicaída? No, no quiero que se preocupen, porque él está bien. Volverá, y yo lo estaré esperando para decirle... decirle... eso tendría que descubrirlo cuando tuviera sus ojos escrutando en el interior de los míos.
Cuando llegué todos estaban esperándome, preocupados.
- ¿Se puede saber dónde has estado? ¿Es que no puedes avisar? ¡Nos tenías con el corazón en un puño! Cosa desaparecida, tú también... ¡podía haberte pasado algo! ¿O ya se te ha olvidado que estos parajes cada vez son más peligrosos?- exclamó Kaileena, la mujer del reloj de arena, al verme entrar por la puerta -. ¡Y esas manchas de sangre en tu ropa! ¿Has estado luchando? ¿Tienes alguna herida?
- Pequeña Kai... tú siempre tan preocupada por mí. Sólo me fui hasta el pueblo a ver los caballos, y por casualidad una yegua se puso de parto. La cosa se complicó y por eso he tardado un poco más. Disculpadme.
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MensajeTema: Re: Ojos de Mariposa II   Ojos de Mariposa II Icon_minitimeLun Jun 29, 2009 12:35 am

Sin dejar a nadie más hablar me encaminé hacia las escaleras.
- ¡Y buenas noches!
- ¿No vais a cenar nada? ¿Queréis que os lo suba dentro de un rato? -preguntó solícito Mac Galad.
- Estoy cansada. Tampoco tengo mucho apetito, así que no hará falta. Gracias de todos modos.
- Como deseéis, Meren. Buenas noches a tí también.
Sofocada, casi no aguanté a cerrar la puerta para echarme a llorar. No me hacía gracia mentir a mis compañeros, pero tampoco podía decir la verdad. Me desnudé y, con un chasquido de los dedos hice aparecer una palangana con agua caliente para lavarme. Era la primera vez que hacía magia desde hacía mucho tiempo y me sentía extraña. Desde que me enteré de mi verdadera condición renegué de ella, por lo que empecé a utilizarla cada vez menos, hasta que finalmente llegué casi a olvidarme de su existencia. Aún así, nunca dejé de estudiar sobre ella. De hecho, mi habitación estaba casi al completo cubierta de libros, en estanterías, encima de la mesa, de la silla, en montones en el suelo...
Dándome los últimos retoques estaba, cuando alguien tocó a la puerta.
- ¿Se puede? He venido a traeros un té calentito.
- Pasa, Mac.
En sus manos llevaba una bandejita con una taza humeante.
- ¿Os encontráis mejor? -Esperó, pero ante mi silencio continuó-. Si... si la yegua perdiera su potro, no sería culpa suya. Quizá simplemente debía ser así, ¿no creéis?
- ¿Cómo que no? La yegua tiene obligación de cuidarlo, pase lo que pase.
- ¿Y si el destino los tuviera separados?
- ¡Entonces la yegua debería ir en contra de todo destino para estar con él! -exploté, con las lágrimas otra vez a punto de salir-. ¡Es su deber, su necesidad! ¡No podrá vivir, sin él!
- Señora... Meren... no seáis tan exigente con usted misma -susurró, dejando la bandeja encima de la mesa y sentándose a mi lado-. Si os desea, volverá. ¿Cómo iba a dejar a una mujer así? Sin duda, estará confuso. Dejad el tiempo pasar.
Me colocó una rosa en el pelo. Desde siempre ha sido una costumbre que vi con recelo, pero ese día fue un gesto amable. ¿Por qué mi corazón no lo eligió a él? Habría sido un gentil amante. En cambio, me había prendado de un hombre que ahora estaba muy lejos.
- Yo... siempre estaré aquí, princesa. Tened en cuenta las palabras de este Consejero Real que siempre ha estado a su lado -dijo, con una sonrisa. Me besó la frente y se levantó, dirección a la puerta -. Os deseo buenas noches. Recuperad las fuerzas para mañana.
- Tú también.
Me acosté, dejando la rosa en un jarrón repleta de ellas y sin tocar el té. De verdad tenía esperanzas en descansar y encontrarme renovada al día siguiente, pero no fue así. Ni ese, ni el otro, estuve mucho tiempo postrada en la cama sin poder levantarme. Enferma de espíritu, nada de lo que me dijeran mis amigos hacía que dejara mi estado de ánimo. Pensé que iba a morir de tristeza, mirando cómo caían los pétalos de las flores en mi mesita.
Pasó un tiempo. Kai me leía todas las mañanas y por las noches me contaba todo lo que le había pasado durante el día; Mac me tocaba la lira algunas tardes; y otras venía Nuan, el dragón, para dejarme dormir en su lomo... como en los viejos tiempos. Realmente, era de las pocas personas a las que estaba interesada en ver. Con él me asaltaban recuerdos, porque alguna vez había estado casada, había amado, había cuidado un par de retoños... todo lo que ahora me habían arrebatado con ese anhelo que no llegaba, esa persona que tardaba en aparecer.
Ya desistía, ya me veía morir sola, cuando unos cascos de caballo sonaron por el camino. Muchos habían sido los que había escuchado desde esa partida, puesto que muchos eran los visitantes de la posada, pero éstos iban cargados de emotividad. ¿Su caballo?
En unos instantes estaba abajo, en el salón, descalza, pelos revueltos y camisón.
- ¿Ha vuelto de verdad?
Todos los presentes, sonriendo, asintieron con la cabeza. La sonrisa renació en mis labios, pura y radiante... hasta que abrió la puerta. Toda la desesperación de estos meses se congregó en mi cerebro y dio paso a una ira efervescente. Ligera, mientras aún abría la puerta, corrí hacia él y le di una fuerte bofetada que le hizo retorcer la cara.
- ¿Qué haces aquí? Por qué, maldición, por qué. ¿¡Por qué me abandonaste!? -sin dar más tiempo, volví a mi cuarto para enterrar mi cabeza en la almohada-. ¡Tonta, tonta, soy tonta! Y él... ¡sin consideración! ¡Estúpido!
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