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 Prólogos II.

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Kaileena
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Kaileena


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MensajeTema: Prólogos II.   Prólogos II. Icon_minitimeSáb Jun 06, 2009 6:26 pm

Prologo 3: La conjuria del loco

Lezard miraba en silencio el espejo. Observaba su figura, su rostro, marchitándose del de un joven a uno de un anciano de unos 80 años. Sonrió con desprecio a su propio reflejo.
- Que lacrimoso, mi cuerpo marchito, que por tus poros rezumas podredumbre y te dejas vencer por el tiempo, el enemigo que lanza las estocadas más fáciles de eludir.
Lanzó una risa sarnosa mientras un pequeño goblin se acercaba a él y le ofrecía una poción de color ámbar.
- Mi zeñor, la poción ezta lizta.
- Muy bien hecho Googles, muy bien hecho.
Se la tragó en silencio, y su rostro volvió a ser el de un joven, de ojos apasionados e imbuidos por la locura, lanzó el frasco contra la pared, haciéndolo estallar en mil pedazos. Alzó las manos y de ambas salió una llamarada azulada. La risa maníaca se escuchó por toda la fortaleza del alquimista.
Caminó sin mucha ilusión por los pasillos de su hogar, preguntándose como un pequeño grupo de aventureros había podido vencer con relativa facilidad a la espada, a Zariche, la espada que él podría haber llegado a dominar de tener algo más de tiempo, tiempo que podría haberle ofrecido su esposa de no estar enamorada de un nigromante tullido.
- Maldita Kaileena, debería matarla por su osadía, a ella, a ese nigromante y a ese estúpido dragón. Las niñas podrían ser perfectas para combinarlas con algún animal y tener mis propias quimeras mascotas. No me extrañaría que de ellas pudiera sacar una poción de inocencia… Son tan… Estúpidas, como pequeñas moscas sin alas a las que puedes aplastar en cualquier momento…¡NO!...No. Son pequeñas mariposas a las que cualquier erudito que se precie quiere diseccionar. Si, pequeños y asquerosos bichos que debería aplastar, junto a su colmena de idiotas. Maldita taberna del demonio y malditos sus aventureros.
Golpeó una puerta, abriéndola de par en par. Igual que sus ojos al ver la figura pálida de una mujer de cabellos plateados.
- Lezard, Lezard…Lezard! Sigues siendo tan estúpido como de costumbre, un muchacho que no ve más allá de sus narices, la cual es muy grande hermanito querido.
- Vaya, que desagradable sorpresa. Dime, hermana pequeña, ¿qué quieres antes de que te mate?
- Lezard…Lezard! Esa es manera de tratar a una visita? Tus lacayos me han tratado con una mayor finura que tú espetando palabras porcinas.
- Oh sí, mi queridísima hermana, la chica por la cual me persiguieron mis profesores de magia avanzada. Lo repetiré, mi queridísima hermana, ¿qué quieres antes de que tu cuerpo sirva de comida para mis educados lacayos?
- Solo quiero que veas como tu hermana pequeña logra lo que tú siempre has soñado.
Apenas dio tiempo. Lezard se encontraba atrapado en una estalagmita de cristal con una expresión aterrada y sorprendida. Pero su hermana no sabía que antes de ser prisionero, Lezard ya había dejado atados una serie de cabos sueltos, por lo que sus ojos sonreían, a descompás de su expresión.



Prologo 4: ¿Lo hueles?

Cerró el puño. La espada no estaba. Tenía hambre, mucha hambre, pero aquello no era nada comparado con su odio, tenía que destruirlo todo, debía…QUERÍA.
- Zariche… ZARICHE!
Gritó en silencio, la voz era gutural, resonaba en todos lados y en ninguno. No estaba en una habitación, no estaba en una cueva, no estaba en el mundo físico. Volvió a abrir la mano, la volvió a cerrar en la forma de un puño.
- Renacimiento… Cinco dedos en cada mano.
Al abrir la mano los dedos se cayeron y se desintegraron.
Uno de ellos cayó en un lago, que poco a poco empezó a secarse. Otro de ellos dentro de un árbol, que empezó a marchitarse. El tercero entre unas rocas, que se agrietaron. La cuarta pieza de su mano, se la tragó un ciervo. Y la quinta, simplemente se quedó flotando sin rumbo.
Los dos cazadores caminaban con tranquilidad por el bosque.
- Cielos… Lo hueles Rabbeck?
- Si, huele a podrido…que asco..
Frente a ellos se erguía un ciervo con la mandíbula desencajada, y la tripa podrida, de la que colgaban unos jirones de intestinos. Un espectáculo asqueroso.
- Maldita sea…Matémoslo Arcibia!
El combate fue rápido, puesto que el ciervo estaba terriblemente enfermo. Los dos cazadores lo habían logrado. Alejándose de la escena, uno de ellos lanzó un leve tosido, pero, ¿qué era un resfriado en comparación con el tratamiento de héroes por matar a un demonio?... ¿Era eso un resfriado?




Written by Fausto
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