Para dormir

-...Detrás de un árbol, entre las sombras sin hacer ruido, casi sin respirar observaba y analizaba, buscando y, al no encontrar, siguió avanzando, sigilosa, como un suspiro. Las hojas no hacían ruido, las ramitas no crujían bajo sus pies. Parecía que ese trocito de bosque se pusiera de acuerdo con ella para permanecer en silencio.
>Siguiendo un estrecho sendero zigzagueante llegó hasta un claro. Allí, en el centro, había una mesa redonda con un jarrón tallado en la misma superficie, lleno de flores azules, rojas y blancas. A un lado había una hamaca medio escondida, en ella alguien.
>Rodeó por fuera el lugar, aún oculta, se acercó hasta la persona y... ¡zas! –los niños aguantaron el aliento unos instantes, cogidos por sorpresa. Era divertidísimo ver sus caras abobadas escuchando. ¡Ni parpadeaban!-. ¡Quien estaba tumbado la había agarrado por el brazo!
>La muchacha, asustada, intentó desasirse del chico que la miraba con triunfo y curiosidad, y tiraaaaaba, tiraaaaaaba hacia el interior del bosque para liberarse. Las lágrimas estaban a punto de aflorar en sus ojos cuando, derrotada, se dejó caer al suelo hecha un guiñapo.
- Pero tita, ¿no te da pena, la pobrecita? –dijo desde mi lado derecho, en la cama, una niña sonrosada de ojos verdes.
- ¿Pena? ¡Él no la estaba haciendo daño! –exclamé, quizás con un poco demasiado entusiasmo.
- Susi, deja que acabe de contarlo –la regañó otro niño, a mi lado izquierdo, con divertidos rizos castaños en el pelo.
- Eso, yo sigo. ¿Por dónde iba?
- ¡El chico la tiene cogida, tita! ¡Sigue, por favor!
- ¡Ah, sí! Bueno, pues cuando ella se calmó un poco, él bajó de la hamaca y poniéndose a su altura le hizo algunas preguntas como quién era, cómo se llamaba o de dónde venía. Pero ella, ladeando un poco la cabeza no respondió.
>Puede ser que pensara que era muda o no sabía hablar, eso no puedo decíroslo con seguridad, pequeños, pero no se dio por vencido. Digamos que le encantaban los retos. ¿Lo entendéis?
- ¡Es como Nito! –dijo la niña entre pequeñas risitas.
- ¿Cómo yo?
- ¿Y entonces la prota eres tú, Susi? –respondió pensativo.
- ¿Yo? –ahora parecía desconcertada.
- Si te apetece... aunque os adelanto que va a ser una historia trágica de amor.
- Entonces no. Él es sólo mi Nito.
- Bien. ¿Sigo?
- ¡Claro!
- Él se la llevó a su casa, que no andaba muy lejos, y cerró puertas y ventanas para que no se escapara. Cogió un trozo de pan de la cocina y se lo dio, haciendo que se sentara en una silla.
>- ¿Quién eres? ¿Por qué no me hablas? ¿Es que quizá no puedas hablarme?
>Ella no respondía, pero olfateó el pan y le pegó un mordisquito... ¡Estaba encantada! De un par de bocados se lo zampó enterito, siempre con los ojos puestos en el suelo.
>Mientras, él seguía instándole a hablar. Ni una palabra dijo ese día, ni al siguiente, ni tampoco al otro. El chico salía todas las mañanas a por comida y se pasaba las tardes en silencio con ella, uno en cada esquina del hogar. Cada vez que le preguntaba cualquier cosa o intentaba hacerla hablar volvía a agachar la cabeza y se escurría lastimeramente hacia otro rincón donde esconderse. Pero cada vez que él se volvía a alejar veía de nuevo ese brillo en sus ojos, asombroso y desconcertante, que tanto le había arrebatado en menos de una semana, el tiempo que llevaba ella en su casa. Al final acabó teniendo pequeñas conversaciones consigo mismo para que las escuchara, hasta que también se cansó de ello.
>Al cabo de un tiempo, uno o dos meses quizá... a lo mejor más... La cosa es que un día tras otro empezó a notar que algo había cambiado en la pequeña del bosque. Ya no miraba por las ventanas, su calor parecía haberse esfumado. Ahora se pasaba los días mirando a una pared u otra, masticando con parsimonia lo que le ponían delante, sin percatarse tan siquiera de si era carne, pescado, un mendrugo de pan o una fruta verde o madura.
- ¿Estaba triste? –preguntó Nito con carilla de pena.
- ¿Pues no ves que sí, tonto? Quiere volver. ¿A que sí, tita?
- Eso mismo fue lo que pensó nuestro jovenzuelo, así que un día por la mañana, cuando se disponía a irse a cazar la despertó y le abrió la puerta.
>- No quiero verte así. Te traje porque quería compañía, no hacerte infeliz. Márchate ya.
>La chica sin pensarlo salió corriendo, trepó a un árbol y al poco hasta el ruido de hojas había desaparecido tras ella.
>Con la euforia de ser libre de nuevo no paró hasta llegar a su cueva. Todo estaba en su sitio, sólo había un par de murciélagos más rondando en el fondo oscuro. La felicidad no le cabía en el pecho y se acostó, se levantó, hizo el pino, recorrió la cueva, espantó a todos los bichejos, salió a bañarse, cogió fruta... y cuando estaba a punto de anochecer, volvió cargada.

>La pobre llevaba tanto tiempo sin moverse que los músculos se le resentían, pero aún salió a la entrada de la cueva a comerse una manzana y mirar las estrellas. En ese momento se sintió vacía por primera vez en toda su vida.
- ¡Lo tiene bien merecido! –dijo Nito en un arrebato de cólera.
- ¿Por qué? –le pregunté.
- Porque... porque...
- ¡Calla! ¡No se merecía nada! ¡Estaba secuestrada! –exclamó la niña, con su carita roja de ira y los nudillos de las manos blancos de tanto apretar.
- Bueno, cierto es que no supo apreciar ni un poquito la hospitalidad y ahora la echa en falta, ¿no? –reflexioné para poner paz. Al ver la cara de derrota de Susi, añadí-. Pero también es verdad que podía ser su forma de defenderse. Al fin y al cabo es cierto que la encerró sin su consentimiento.
>Sea como sea, ahora se ha dado cuenta de que está sola. ¿Sigo?
>Los días y las noches pasaron, y ninguno de los dos pudo dejar de pensar en el otro. Él acabó buscándola por el bosque, suplicando que regresara. Ella se escondía y lo observaba, pero nada dijo en todo ese tiempo.
>Ellos no se percataron del paso del tiempo, inflexible, mientras ocupaban su mente en mantener vivo el recuerdo de aquel tiempo juntos. Y así llegó el invierno cargado de nieve, donde él no podía salir a buscarla y ella se quedaba acurrucada en su cueva, intentando resistir un día más hasta la primavera. Porque había tomado una decisión y estaba dispuesta a abandonar su lugar para irse con él, hablarle.
- Je, estaba claro. Al final siempre acaban viviendo felices y comiendo perdices... Porque es así como se dice, ¿no?
- Sí, Nito, sí. Pero no siempre ocurre de ese modo. No te adelantes que el cuento, aun estando a punto de acabarse, no lo ha hecho. Muchas cosas pueden pasar de aquí a que diga fin.
Susi se rascó los ojos con aire soñoliento y me instó a seguir porque no quería perderse el final, así que paladeé ese instante acariciando las frentes de los dos niños y continué el relato.
- El viento amainó un día y el sol se asomó tímidamente por entre las nubes. Sin darse cuenta la nieve se había derretido por completo y alguna florecilla salpicaba la monotonía verde del paisaje. Entonces él salió de nuevo, a seguir rogando a la muchacha que saliera de su escondrijo.
>Movido por un sentimiento positivo que le infundía la llegada del buen tiempo, se aventuró un poco más lejos de lo normal en el bosque. Allí los animales ya volvían a sus quehaceres y los árboles y el suelo estaban inundados de muchas más flores de todos los colores.
>Entonces se dio cuenta de que las lilas formaban una especie de caminito hacia algún lugar, y se dispuso a seguirlo. ¡Quizá al final estaba su amada esperándole! Así que un poco más rápido anduvo hasta la orilla de un riachuelo.
>¡No podía creer lo que vieron sus ojos!
Susi pegó un brinco en la cama y Nito me miró con más curiosidad. Qué deleite, qué gran deleite.
- ¿Y qué, y qué? ¿Qué había? ¿Qué pasó?
- Las lilas nacían del pelo de la chica, que yacía tumbada en el suelo, pálida y con los ojos cerrados. Su rostro brillaba y relucía con tal belleza que él tuvo que aguantar la respiración para reprimir un suspiro.
>Cuando pudo reaccionar su cara cambió. De asombro a horror, y después a infinita tristeza. No se movió, no era capaz de moverse del sitio. Estaba muerta...
- ¿Pero qué pasó, tita? –dijo Nito bajito.
- Fue a buscarle, pero el temporal acabó con ella. No pudo soportar la soledad, las ganas de estar con él.
- ¿Y por qué las flores? –preguntó después Susi.
- Quién sabe, pequeña, quién sabe...
Di un beso en la frente de los dos tiernos niños y salí de la habitación deseándoles buenas noches. Sin saber por qué, el cuento me había inflingido más pena que a ellos.
Sin dirigir sus pasos a ningún lado llegó hasta el balcón, y se apoyó en la barandilla. Miró hacia abajo, el patio y las partes bajas del castillo.
“En la más alta torre, en la más alta montaña, custodiada por el dragón más fiero está ella, la princesa más bella, esperando ser rescatada por un apuesto caballero, valiente y guapo, para... –se quedó pensativa unos instantes y esbozó una media sonrisa irónica-. Je, qué chasco se llevará al verme a mí aquí”.

サラ